sábado, 26 de enero de 2013

La Mujer Triste: ¿Has visto a mi hijo?

antiguo-morelos

Jorge Zamora
http://enpublico.mx/


Salimos de Ciudad Mante a eso de las 8 de la mañana y 40 minutos después ya estábamos entrando al pueblo. Mi “Jefecito” era ya un señor de edad avanzada y yo apenas tenía 8, “llegaste tarde pero llegaste bien” siempre me decía con el amor que sólo un padre tardío puede expresar.Recuerdo muy bien la primera vez que visité Antiguo Morelos. Era yo muy niño y mi padre fue en su camioneta a recoger un viejo motor de 8 cilindros que había comprado.

Mecánico de toda la vida, no perdía momento para explicarme cada cosa y cada pieza que llegaba a mis manos: “este es un distribuidor y esta es una bujía” son algunas frases que aún retumban en mis oídos.
Pero ese viaje a Antiguo Morelos pasó a ser una experiencia que no iba a olvidar por otros motivos.
Llegamos a la casa de Don José, ahí por la calle Zaragoza y nos recibieron con una mala noticia.
-Don José no’sta, se fue a Ciudad del Maíz en la madrugada porque su hermano Jaime se puso malo, pero llamó por teléfono y dijo que llegaría “mas tardecito”- nos dijo una vecina que amablemente había accedido a darnos el recado.
-Oiga ¿y no dijo más o menos a qué hora llegaría? – Pregunto mi padre con toda la ecuanimidad de sus 58 años.
- Pos dijo que como a las 12, pero pues el motor ahí esta enganchado a la cadena, dijo que si deseaba lo fuera subiendo pa’ llevárselo- Respondió aquella señora
-No, mejor espero a que llegue, faltaba más- Dijo mi “apa” y nos retiramos.
Reverseó su querida camioneta modelo 62 y fuimos a buscar algo para almorzar. Nos detuvimos en un puesto de tacos de barbacoa que devoré con mucho gusto.
Nos estacionamos más tarde frente a la carretera que en aquel entonces no llevaba mucho trafico, él, se acomodo la cachucha y se reclinó en el asiento de la troca.
-Échate una pestañita- me dijo, pero para un niño de 8 años eso no es una opción… y el reloj empezó a correr.
Ya me desesperaba, de tanto esperar, cuando en alguna casa sonó el “Ave María” que trasmitían en una estación de radio y mi papá se despertó.
-Ya son las doce, “amonos” por el motor.
Llegamos de nuevo a aquella casa que tenía un solar enorme y volvimos a tocar aquel zaguán de metal con tela ciclón.
-¡Buenaaaaaas! Grito mi papá al tiempo que golpeaba un poste con una moneda de 10 pesos, de esas que tenían como 7 lados.
-¡Oiga me llamó Don José, que ya mero llega, que por favor no se vaya! Dijo la vecina asomándose de su casa con un colador lleno de arroz en la mano.
-¡Ta’ bueno! Dijo mi papá al tiempo que mascullaba alguna mala palabra entre dientes, pero que no quiso que yo escuchara.
Y ahí nos sentamos, bajo la sombra de una bugambilia. Mi padre encendió un cigarro sin filtro y empezó a cantar una canción de Cornelio Reyna.
La espera se prolongó hasta las 3 de la tarde, hora en que llegó Don José, que a sus 70 años se veía fuerte como un roble, y que primeramente se disculpó por la tardanza. Nos invitó a comer para compensarnos por la espera. Mi padre accedió porque acá entre nos era un tragón de primera y a esa hora ya le “andaba de hambre”
Terminamos de comer y Don José sacó un pomo de vino. “Esto va a tardar” pensé en mi mente infantil, pero que ya conocía las “tardanzas” de mi papá. No me quedó mas remedio que encontrar algo en que entretenerme.
Casi a las 6 de la tarde, y al borde de la desesperación. Me puse a vagar por aquellas calles. Me resultaba extraño que estuvieran casi vacías, sin gente caminando por las banquetas de tierra. El tiempo se me fue entre lanzar piedras a los gorriones y esquivar uno que otro perro. Fue ahí cuando pasó.
Alguien tocó mi cabeza y volteé. Era una señora, no muy grande, pero no muy joven, pero llena de arrugas que me miraba con una expresión de tristeza en su rostro.
-¿No has visto a mi hijo?- Me preguntó. Yo moví la cabeza en señal de negación y se sonrió al tiempo que medio dibujó una sonrisa en sus labios.
-Es como tú, así chiquito pero morenito, trae un pantalón café y una camisa blanca, se fue desde la mañana a la parcela a dejar lonche pero no ha regresado, ¿seguro que no lo has visto?- volvió a preguntarme aquella señora que demostraba una profunda angustia.
-No, no ha pasado nadie por aquí, y yo he estado aquí desde la mañana- respondí
La señora de pronto soltó un horrible grito de lamento y empezó a caminar. En ese momento me di cuenta de que no tenía pies y que iba como flotando.
Yo me asuste y no se me ocurrió otra cosa que correr a aquella casa donde estaba mi papá, que ya me estaba silbando para encontrarme.
-¿Donde andas mi’jo?- me pregunto mientras yo lo abrazaba muy asustado.
-¡Una señora, una señora que no tiene pies!- gritaba y lloraba yo muy alterado
- No mi’jo esa señora no existe… tranquilízate.
-¿Dónde viste a esa señora? Me pregunto Don José, mirándome fijamente a los ojos.
- Allá por el callejón aquel (En la calle Mina)- dije entre sollozos
- ¿Qué pasa en ese callejón? – dijo mi papá, ya un poco preocupado.
- Pos, a mi no me ha tocado ver, pero dicen que por esta calle, la Zaragoza, se aparece una mujer, unos dicen que es la llorona, otros le dicen “la mujer triste” – respondió Don José – Es una señora que perdió a su hijo hace como cuarenta años, y nunca lo encontró, era un niñito así como tu hijo, chiquito, como de 8 o 9 años. Se aparece por toda esta calle, ahí a la altura de la Logia y se desaparece en el callejón que hace con la Calle Mina- relato al tiempo que terminaban de asegurar aquel motor de 8 cilindros que ya habían trepado a la caja de la camioneta.
Mi padre se puso muy serio, estrecho la mano del anciano, me cargo y me subió a su vieja camioneta ’62.
Yo me quede dormido en el asiento durante el viaje de regreso a Ciudad Mante. Lo último que recuerdo fue que me acariciaba el cabello y enojado decia: ¡Pinches lloronas!
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