Por: Francisco Ramos Aguirre
A fines de esa centuria, el sacerdote
protagonizó una escandalosa relación en Santa Bárbara, hoy cabecera de Ocampo;
a viento y marea defendió su amor terrenal y abrió la puerta a otros curas
que cedieron a esa tentación
Desde sus orígenes coloniales,
Tamaulipas se distinguió como un territorio renuente a la evangelización de los
frailes católicos. Esta percepción de estado laico, se reflejó en el siglo XIX
y parte del XX. En 1910, durante un recorrido por las principales poblaciones
de la entidad, el viajero italiano Adolfo Dollero, percibió entre otras cosas,
la postura anticlerical de sus habitantes y escribió en su diario: “Hemos
podido observar que en Tamaulipas no hay ese fanatismo religioso que domina en
otros estados de la República. El pueblo tamaulipeco es bueno, pero no tolera
yugos ni vejaciones.”
Al proclamar Benito Juárez las Leyes
de Reforma, algunos sacerdotes, adoptaron conductas radicales respecto a su manera
de pensar. Por su trascendencia internacional, el caso más sonado fue el del
presbítero Ramón Lozano, encargado de la parroquia de Santa Bárbara, actual
cabecera municipal de Ocampo, donde se ganó el aprecio y confianza de los
feligreses que acudían a escuchar sus sermones.
La primera referencia sobre su
estancia en este sitio, se remonta a 1853, como fundador de una escuela
parroquial, donde impartía gratuitamente la cátedra de gramática latina a los
niños pobres de la población. Tenía una enorme autoridad, no sólo en Santa
Bárbara, sino también en Nuevo Morelos, Tula, Villa Quintero y Magizcatzin.
Gracias a sus buenos oficios, logró establecer vínculos con las élites
políticas y económicas de aquella época.
Santa Bárbara era una población
ubicada en un punto geográfico estratégico. Paso obligado de viajeros,
comerciantes, autoridades, arrieros y caravanas que se trasladaban entre
Tampico y la capital del país. En 1823, el famoso embajador norteamericano Joel
Poinsett, la describe como un sitio rodeado de vegetación exótica y abundantes
árboles verdosos. Las mujeres ricas y republicanas, se congratulaban con la
independencia porque gracias a ella: “Ahora que ya no nos gobiernan los
gachupines, nos llegarán bonitas telas a precios baratos.”
Refundido en aquél vergel enclavado
en la Sierra Madre Oriental y difícil acceso; fascinado por las bellezas
femeninas de Santa Bárbara, el cura Lozano cometió la barbaridad de enamorarse
de una doncella, quien le hizo perder no sólo la cabeza, sino también los votos
de castidad y obediencia. Se llamaba Cesaria Quintero, perteneciente a
una familia de abolengo. Como se dice en la actualidad, don Ramón la eligió de
pareja sentimental y vivieron un indiscreto romance hasta que la muerte los
separó. Todo el pueblo sabía de sus amoríos, menos las autoridades
eclesiásticas, o al menos se hacían de la vista gorda.
Desde 1854, Lozano empezó a mostrarse
rebelde ante la jerarquía católica, participando con otros curas en reuniones
donde trataban temas reformistas para su iglesia. Por ello, cuando se promulgó
la Constitución de 1857, no dudó en simpatizar con ese proyecto liberal y
acudió a la protección de las Leyes de Reforma. Sin titubeos, fuera de
simulaciones y doble moral, determinó provocar un escándalo, capaz de rebasar los
límites de Tamaulipas.
El 9 de enero 1861, envió al Congreso
del Estado un documento solicitando el reconocimiento ciudadano de sus hijos
“naturales”: “El presbítero Ramón Lozano, cura propio de Santa Bárbara, ante
V.H. con profundo respeto comparezco que tengo un niño, hijo mío de cuatro a
cinco años de edad, llamado Ramón. Otro de tres a cuatro, llamado Pedro; y una
niña de once meses llamada Cesaria, cuya madre es doña Cesaria Quintero, de
quien han tomado el apellido y llamádose hijos naturales; que los quiero como a
nadie sobre la tierra, y aspiro a su bienestar, educación y felicidad como el
mejor de los padres, deseando por lo mismo tengan los goces y beneficios que la
ley concede a los hijos legítimos. Y sin que esto no podrá ser, sin que intervenga
en ello la Soberanía del Estado.”
Esto, desde luego motivó una gran
polémica entre los diputados, motivo por el cual corrieron ríos de tinta en los
periódicos locales y nacionales. Por su parte la iglesia católica, en la voz
del obispo de Linares, Francisco de Paula Verea y González, satanizó su actitud
desde el púlpito. En abril de ese año publicó una carta pastoral, cuestionando
la actitud del párroco y desaprobando los sacramentos que impartiera. Además
amenazó con excomulgarlo por haber legitimado a sus hijos. Se refiere a él con
calificativos agravantes: “Párroco Desgraciado”, “Desdichado”, “Su corazón será
devorado por los más atroces remordimientos” y “abominable”.
Lozano defendió su proceder enviando
una carta aclaratoria con mucha salva al periódico: Rifle de Tamaulipas. Pone
de ejemplo la conducta de otros sacerdotes pertenecientes a la misma parroquia
de Santa Bárbara: “Todos mis antecesores…fueron tan frágiles como yo: los más
virtuosos y modestos tuvieron hijos que aún viven en la miseria, por no haber
cumplido sus padres con los deberes de la naturaleza.” Argumenta que la Mitra
de Monterrey, en lugar de sancionarlos, los premiaba asignándoles mejores
lugares para propagar la fe.
La principal causa de la ruptura
entre Lozano y la jerarquía eclesiástica no fueron las pasiones carnales ni su
ideología liberal. La gota derramadora del vaso de agua fue la convocatoria a
los feligreses de Santa Bárbara y Nuevo Morelos, exhortándolos a fundar una
nueva organización religiosa, independiente de Roma. Así surgió La Iglesia
Católica, Apostólica, Mexicana de Santa Bárbara, la cual no se desligaba de la
fe católica, pero en cambio apoyaba la libertad de conciencia y las Leyes de
Reforma. Acepta la autoridad del obispo de Linares, siempre y cuando se
someta a los lineamientos de la nueva institución. Mientras tanto, la cabeza y
pontífice, sería en mismo Lozano.
La nómina de pobladores quienes
apoyaron dicho proyecto era numerosa. Estaba conformada principalmente por
varones, animados por la euforia de una iglesia reformista amparada en el
estado mexicano. Ante esta situación el presbítero se vio obligado a separarse
de sus funciones parroquiales y fue sustituido por el padre Antonio
Aranda. Lozano determinó dedicarse a la política, y en 1871 lo encontramos
desempeñándose como diputado local. Incluso, desde su curul promovió el
matrimonio civil entre algunas parejas que vivían en amasiato. Sin embargo, la
llegada de Porfirio Díaz al poder esa misma década, habría de truncar sus
aspiraciones.
El cura rebelde decidió retirarse a
la vida privada y familiar en Gómez Farías. Calificado como una persona de gran
capacidad e instrucción, su influencia regional continuó vigente entre los
pobladores. En 1874 el señor Félix Balderas acudió a la Hacienda del Tigre,
probablemente propiedad de Lozano, para exponerle un fenómeno sobrenatural
relacionado con brujas, duendes, diablos y aparecidos en su rancho Allende,
perteneciente a Nuevo Morelos. El cura les recomendó creer solamente en Dios
Todopoderoso y turnó el asunto a un adivino en Villa de Quintero, encargado de
finalizar el hechizo.
En 1879 el misionero protestante Samuel A. Purdie, acudió a visitarlo en
su casa del Rancho El Chinaco. La conversación se relacionó con asuntos
religiosos. Hasta ese momento el controvertido cura continuaba en el llamado
Vergel de Tamaulipas. Ignoramos si se trasladó hacia otro sitio de la República
Mexicana, su fallecimiento y el futuro de su descendencia. Lozano es un
personaje sujeto de la historia del catolicismo en México y las rupturas a lo
largo del tiempo.