viernes, 18 de septiembre de 2015

Un cura heterodoxo en Santa Bárbara y los Morelos



Por: Dr. Octavio Herrera Pérez

Para cuando comenzó en México el derrumbe del antiguo régimen político, enraizado aún en la época colonial, hacia 1854, y se escuchó el estallido del plan de Ayutla en las montañas del sur del país, en la villa de Santa Bárbara, el presbítero Ramón Lozano cumplía poco más de un año de haberse encargado del ministerio de la parroquia del lugar. El caso fue que a pesar de su formación sacerdotal, seguramente realizada en el seminario de Monterrey, imbuido por la ideología política liberal en boga, se involucró con un grupo de intelectuales y religiosos que pretendían realizar cambios y reformas en la rígida estructura de la Iglesia, entre los que se contaba a Melchor Ocampo, quien alentaba la formación de una Iglesia católica nacional, apartada de los lineamientos provenientes del Vaticano.
Aun con esas aspiraciones, Lozano no abandonó su ministerio, máxime que se desató en el país la Guerra de los Tres Años, entre liberales y conservadores, al ser desconocida por el presidente Ignacio Comonfort la Constitución de 1857. Fue así que Benito Juárez tomó las riendas del gobierno republicano, quien abastionado en el puerto de Veracruz, proclamó las Leyes de Reforma, con las que separaba a la Iglesia del Estado y formalizó la desamortización de los bienes del clero. Por tal motivo el arzobispo de México, Lázaro de la Garza y Ballesteros, en unión de otros prelados, entre los que se contaba al obispo de Linares, Francisco de Paula Verea y González, se opusieron a dichas reformas en 1859, arrojando más leña al fuego.
Pero el noreste, a diferencia del centro del país, estaba en manos de caudillos liberales, por lo que el obispo Verea y González se desdijo un año más tarde, autorizando en los hechos la aplicación de las reformas en su jurisdicción, como así se lo hizo saber al gobernador de Tamaulipas, el licenciado Juan José de la Garza, pero más que por convencimiento lo hizo para salvar en lo mayor posible los intereses de la Iglesia en su región, ya que la derrota de los conservadores parecía inminente, como lo fue. En ese momento fue que el padre Lozano saltó a la palestra, queriendo de entrada combatir una de las costumbres más arraigadas –pero también más transgredidas– de la Iglesia: el celibato. El asunto era que él mismo había procreado tres hijos con Cesaria Quintero, a los que quiso legitimar con su nombre ante el Registro Civil, pero previa solicitud ante la legislatura local en 1861, dada su condición sacerdotal. Como era previsible, esta solicitud se convirtió en toda una argumentación política favorable a los intereses reformistas en curso, lo mismo que una nota de escándalo público, pero de lo que no hubo la menor duda fue que la autorización legislativa fuera unánime. Incluso tuvo repercusión a nivel nacional. Hubo quien opinara que debió haber contraído el matrimonio civil, pero como no tuvo ya el valor, se reconocía la posición de la legislatura; por otra parte, la sociedad de beneficencia pública del valle de Morales, Michoacán extendió un voto de gracias por este acto a la legislatura de Tamaulipas.
Ante esta insólita decisión del párroco de Santa Bárbara, que lo situaba al borde de la expulsión de la Iglesia, pronto fue impugnado por las plumas afines a la clerecía y por el propio obispo de Linares.
Situado en un punto de no retorno, Lozano contradijo a Verea y González, criticó a la burocracia eclesiástica y justificó abiertamente su actitud, al decir: “Tan insolente conducta (del obispo) no puede motivarla la legitimación de mis hijos, porque en sí es buena: el concubinato de que procedieron, porque es tan común a todo el clero del mundo, con rarísimas excepciones que ya no hay prelado que se ocupe de él. Todos mis antecesores en esta parroquia fueron tan frágiles como yo: los más virtuosos y modestos tuvieron hijos que aún viven en la miseria por no haber cumplido sus padres con los deberes de la naturaleza; otros fueron denunciados por escandalosos y adúlteros, y probados los hechos, fueron castigados por la mitra de Monterrey elevándolos a puestos más altos”.
Ya con los puentes rotos, el padre Lozano publicó un amplio documento, en el que propuso la organización de la Iglesia Nacional, “en la que se predicara el evangelio en su más completa pureza”; esto le valdría más tarde el epíteto de “el Hidalgo de la independencia religiosa en México”. Pero no solo se quedó allí, ya que con el apoyo de sus feligreses de Santa Bárbara y Nuevo Morelos, dio por hecho la creación de su propia iglesia, desconociendo su sometimiento a la autoridad de la Iglesia católica, debido al autoritarismo de sus obispos, como bien lo había sentido en carne propia de parte del prelado de Monterrey. Esta iglesia reconocía las Leyes de Reforma y se desligaba también de la autoridad papal, pero conservando los dogmas básicos del catolicismo.
Pero no solo en el nivel eclesiástico tuvo un papel protagónico el padre Lozano, ya que como líder de su comunidad, se puso al frente de sus intereses cuando la ocasión lo demandó. Así sucedió en abril de 1864, en la víspera del arribo inminente de la ofensiva imperialista contra Tamaulipas, cuando el jefe político y comandante militar del Cuarto Distrito, coronel Gabriel Arcos Arreola, con el argumento de requerir reclutar hombres para la resistencia, cometió una serie de tropelías entre las familias de Santa Bárbara, por lo que el pueblo en pleno lo derrocó, asumiendo provisionalmente el mando el presbítero Ramón Lozano. Pero el problema era que la situación política interna en la entidad era pésima, con muchos caudillos arrogándose el poder y estar completamente divididos. Por tal motivo, cuando avanzaron las columnas del general Tomás Mejía y del contraguerrillero francés Charles Dupin sobre el estado, no encontraron resistencia. De esta forma de inmediato el imperio de Maximiliano habilitó a su favor el eje comercial entre Tampico y San Luis Potosí, vía la villa de Santa Bárbara, que pronto fue ocupada por los oficiales imperialistas. Hasta un nuevo párroco llegó, Mr. Chandrón. Pero poco le duró el gusto al francés, ya que en abril de 1865, alentados por Pedro José Méndez, hubo un pronunciamiento de los patriotas de Santa Bárbara, que recuperaron temporalmente la villa, haciendo huir al párroco extranjero, por lo que, seguramente Lozano, dejó escrito un insulto explícito de su puño y letra contra el extranjero usurpador, en uno de los libros de la parroquia.
Tiempo después el padre Lozano estaba ya entregado a la vida civil, incluso fue electo como diputado al congreso local en 1871, aunque más tarde se tienen noticias de que seguía ofreciendo sus servicios espirituales al menos hasta mediados de la década de los setenta y atendía una escuela para treinta niños. También se dedicaba a la labranza del campo, siendo miembro de la Sociedad Mexicana de Agricultura; además fue el promotor para que Santa Bárbara fuera declarada como Ciudad Ocampo. Por último, Lozano se retiró a un pequeño rancho en el municipio de Gómez Farías, donde un contemporáneo, el pastor protestante Samuel A. Purdie, radicado en Antiguo Morelos, lo describió vestido en forma pulcra y distinguida, amén de prodigarle elogios como un férreo opositor al dogmatismo romanista. Una verdadera lucha religiosa a una escala local, como se vería en 1890, cuando el “virtuoso” cura de Santa Bárbara, Agustín Ramos, alentaba a su grey a incendiar las casas de los protestantes; pero eso será otra historia que contar.

ocherrera@uat.edu.mx

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